Toco fusta com qui toca pedra i, també, el teu cabell. Toco la proximitat i propers son els teus llavis i, també, els teus ulls. Toco perquè només puc tocar.
Al susurrarte que dos más dos son un claro de luna, tú respiras hondo y sonríes. Al susurrarte que hay en tu sonrisa más misterio que en el círculo a cuadrar, tú, entonces, me recibes ya con la sonrisa del viejo sabio.
Compartir un espacio de silencio mutuo, íntimo y sentido. Quedar en él a la escucha, a la espera de las preguntas que contengan, tal vez, también las respuestas. Y permanecer ahí, en esa quietud, el tiempo necesario.
Tú y tu duda, tú y tu locura que no por fingida es menos locura. Entiendes, al fin, que no es dormir la trampa sino, más bien, soñar. Tú y tu penar que reclama entre paredes de piedra la dudosa venganza. Al sur de Elsinor Septiembre 2017
Canto sin tristeza
y el canto es triste.
Canto y la célula
no siente la alegría.
Canto sin fe y,
muerto el muerto,
no duele ya la herida:
ni la de la frente
ni la otra.
Comprender el fondo
de una mentira dicha con piedad.
Traer al frente el juicio
como trae la primavera
sus flores y el invierno trae
sus fríos.
Traer al frente el juicio
con naturalidad
pero sin inocencia. La mentira,
qué forma tan extraña
del decir.
Es posible que el silencio que acoge lo que no se dice, lo que no se dijo y lo que nunca se dirá contenga las palabras necesarias, las mudas explosiones de ternura, el hechizo de la música y su pauta y ahí, en ese lugar, todo esté bien.
Vuelve de muy atrás el recuerdo claro del acorde y del grito. Juegos tempranos con la brisa en la piel y los pies descalzos. Vuelve el acorde y, con él, el grito. Vuelve el recuerdo con vocación de regreso.
No sé si esta brisa es alimento del alma o, como el lenguaje de la tórtola, recurso del aburrimiento que, al fin, nada significa. Un pasar sin pena inventando una forma de ocio que es huida más que encuentro.
Casi no poder más, no soportar el peso de unas alas cansadas, no comprender ya la calidez de los vientos ni las corrientes sendero. Y, aun así, volar. Sí. Volar con alegría.
No hay recuerdo
del perfume
de las tardes,
ni de los trenes
de ida
y vuelta.
Dónde el recuerdo
de aquel primer temblor,
dónde los gemidos
y algún sollozo.
En qué memoria
habitan.
Haces nido, tú,
que en nada crees
y en nada te confortas.
Haces nido, tú,
aliento errante.
No sabes qué dejar y,
sin intención,
haces nido
y te preparas.
De ese vuelo o
de ese quedarte
sólo el anidar sabe algo.
Calla el canto:
el retorno ya
es posible.
La calle empinada,
la loma pelada,
el río de caudal incierto
y el puente
que lo cruza
aparecen en el silencio
que el callar trae.
Quizá locura del aire,
torbellino caprichoso, tú
levantas extraños sueños
para abandonarlos
a la ley del vacío
y su gravedad.
Ya la risa es rigor
y asoma la mueca
que, en su fealdad, no miente.
Sentir la atrofia
en los días,
en las horas,
en los momentos. Todos.
Tan tensos de vacío,
tan llenos de nada
que ya es algo.
Tan pasables
como vida
impropia.