Qué espero ...

Qué espero
en esta pulsión,
en este anómalo latir
de un corazón que
sólo bombea
piedras.

Quizá locura del aire ...

Quizá locura del aire,
torbellino caprichoso, tú
levantas extraños sueños
para abandonarlos
a la ley del vacío
y su gravedad.
Ya la risa es rigor
y asoma la mueca
que, en su fealdad, no miente.

Esta mirada ...

Esta mirada,
cristal que duda
entre el agua
y la sal.
Este canto,
aliento que empuja
el pensar
hacia el decir.
Y tú, ahí,
volviéndome loco.

No hay paz ...

No hay paz
en la búsqueda.
Sólo el olvido rompe
con ese afán obstinado
de la memoria menguada
y su empeño en flotar
en aguas olvidadas.

Sentir la atrofia ...

Sentir la atrofia
en los días,
en las horas,
en los momentos. Todos.
Tan tensos de vacío,
tan llenos de nada
que ya es algo.
Tan pasables
como vida
impropia.

Ahí ...

Ahí
la copa que parece
de pino
o, quizá, de vencedor.
Ahí
la copa que, a buen seguro,
no es sino cáliz
que en algún huerto
se da.

Tengo derecho ...

Tengo derecho
a estar aquí
sin miedo.
Tengo derecho,
como tú,
al milagro.

Y si esos cantos ...

Y si esos cantos
no fueran sino
ensayos
de pérfidas sirenas.

Sé que...

Sé que
tú, milagro,
no vas y vienes.
Es tu estar
sereno y quieto
el que da
a quien pide.

Aparece intacto ...

Aparece intacto
un decir súbito,
convidado de piedra
al festín
de la indolencia.