A bordo de la avioneta me invade el pánico. Una vez abierta la portezuela, el sudor frio me paraliza ante el temor a que el paracaídas se abra demasiado pronto. O demasiado tarde. O que no llegue a abrirse !!! Entonces aparece R.B. y, quitándomelo, me dice: ya no hay nada que temer. Puedes saltar.
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