Aquí sentado
frente a la ventana de mi estudio,
con vistas a la humedad de la tarde
y a los dos cipreses,
amigos y algo lejanos,
que me saludan y esperan
con su inmensa paz de árboles,
recupero aquella mirada tranquila
que, sin piedad ni conocimiento,
los años han ido mermando
con absoluta indiferencia.
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